Juanillo entra, Juanillo sale...

Os reescribimos este artículo de nuestro querido y apreciado amigo D. Manuel Romero Bejarano, que se publicó  el pasado Jueves Santo en el Diario de Jerez.


Juanillo entra, Juanillo sale...

" Nota introductoria: este artículo ha de leerse al son de la Marcha de Infantes. Si no se tiene a mano una banda de música puede utilizarse una grabación, aunque no será lo mismo. "

Hemos dejado al Santo Crucifijo tiñendo de luz y silencio la calle de San Miguel, mientras el resto de la ciudad se agita entre tinieblas. Ha comenzado un viaje al fin de la noche. La calle nos tentará con el rumor lejano de la juerga y las luces de los bares. Pero hoy no hay diversión posible.
La siguiente escala está en la alameda Cristina, en un patio diminuto que ha ido guardando bajo sus losas la memoria del Hospital de la Candelaria, de las fiestas en honor de San Sebastián y su desaparecida iglesia, de la perdida hermandad de San Juna de Letrán. San Juan Grande y las epidemias de peste. Llegamos a la puerta de un viejo templo que guarda con mimo la joya de nuestra Semana Santa, una cofradia antigua que, golpeada mil veces, siempre supo levantarse y cargar con Jesús. San Andrés y los toneleros. San Francisco y los Nazarenos. La noche de los tiempos se abre cada madrugada de Viernes Santo en un rincón de Cristina.



Comienza la fiesta morada entre sonrisas, besos y abrazos. Aparecen las hermanas y los faroles, los hermanos y su cara descubierta. Un monumento andante a la tradición. Algo que viene de tan lejos que casi nadie sabe de dónde, quizás del abuelo, tal vez del bisabuelo, puede que todos fuésemos nazarenos desde antes de nacer, desde antes que existiese la hermandad, antes quizás de que existiese Jerez.
Cientos de faroles que alumbraron casas que haces siglos que no exisen, miles de hermanos que pisaron las calles cuando aún eran de tierra. Ecos de procesiones en sepia, de gente que murió y sigue viva en cada tocado egipcio, en el amarillo del cíngulo de cada hermana gruesa y de grandes pechos. El elogio de la imperfección. La belleza del arte que no conoce reglas.

Sale Jesús. Sale Marquillo jalando de Jesús. La figura grotesca que sonríe año tras años mientras lleva al Cordero como el que lleva a un jumento. Jesús se encorva y carga resignado con su cruz de carey, enfilando la calle. Serán horas dolorosas camino del Calvario.


Y entonces San Juan llega a la puerta cargado por chavales que al final de la noche serán casi hombres. Suena la marcha de Infantes y comienza un baile desquiciado que menea al pobre Santo de arriba a bajo. Juanillo entra, Juanillo sale...
Veo la cara colorada de los pobres muchachos, agobiados por el peso. Veo la palma rizada que se menea enloquecida. Veo a mi lado gente llorar. Quizás porque otro año han visto a Juanillo entrar y salir, o quizás porque ya no esta aquí esa persona que empezó cargando al Santo y luego a Jesús y luego a la Virgen del Traspaso, y un día murió soñando con la Marcha de Infantes en el patio de San Juan de Letrán. Juanillo sube y baja, Juanillo entra y sale rodeado de la felicidad morada de los cofrades. Me emociono sin saber por qué y podría derramar lágrimas de alegría al ver saltar ese paso tan pequeñito a hombros de cargadores viejos con cara de niño, cargado a la vez por todos los hermanos de Jesús, los que fueron, los que son y los que serán.



Pasará otra avalancha morada y la belleza cansada de la Vurgen del Traspaso, mecida entre guardas de campo y coronas de muerto. Y a pesar de eso, aún seguiré escuchando la misma melodía, Juanillo entra, Juanillo sale...

Sigue el viaje al fin de la noche. El sueño nos susurrará al oído mil palabras bonitas y las risas de otros nos recordarán que la noche puede ser bien distinta. Pero, por una vez, elegimos el camino de la virtud. Todavía hay mucho que ver en esta madrugada. Cristo va a ser sentenciado en la Plazuela, carga con su cruz en San Francisco y muere en Santiago mientras Jerez se va quedando vacío y callado.  Sólo los prudentes alcanzarán a ver en soledad a la Virgen  de la Encarnación llorar por Santa Cecilia y la belleza infinita del amanecer sobre un millón de túnicas moradas que caminan, alegres y cansadas, hacia Cristina.

Desde la Hermandad  felicitamos a Manolo Romero por su artículo. Y agradecemos  la sensibilidad y el cariño que siempre demuestra hacia nuestra Hermandad.